El hall del edificio estaba
atestado de gente, sentados en los bancos, en el suelo, apoyados en quicios de
puertas y ventanas, entre voces, risas y empujones, pero ellos subieron por las
escaleras a las plantas superiores. A cada una que subían, el frío se acentuaba
y había menos gente. Ya muy arriba, la baranda empezaba a moverse, dejaba de
ser segura. Pero ellos siguieron subiendo, sin detenerse, acabando con el
último peldaño hasta llegar a lo más alto. Allí, un puerta, y sólo una puerta.
Se acercaron sin demora pero extrañados. La abrieron y, mirando sin mirarse,
cayeron al vacío.
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