jueves, 26 de julio de 2012

El asesinato de los asesinatos o Teocídio se llamaba

Tuve que matarlo,
ya no aguantaba más.
Siempre estaba mirando y preguntando
por cada acción que realizaba.

Alcé mis manos,
cogí su cuello.
De su boca un suspiro
y una voz que decía:
¡mátame y moriré contigo!

Luego se puso pálido,
se escapó su calor.
El silenco reinaba,
sólo yo y desolación.

Lo había matado.
Su cuerpo estaba allí,
quieto y tumbado.
Su voz ya no preguntaba
ni sus ojos miraban.

El temor empezó a crecer.
Quise huir, echar a correr.
Intenté salir de allí,
pero de allí no se salía.
Comencé a desesperar.
Él tumbado
y yo a su lado,
temblando angustiado
por lo que había pasado.

Aquél maldito tenía razón.
Al matarlo
con él moría.
Ahora yo miro y me pregunto
por todo cuanto hago,
y no puedo atemorizarme
aunque ande a ciegas.


sábado, 14 de julio de 2012

Infanticido moral

Un más allá
demasiado allá.
Voces que reclaman
estar más acá.

Un infantilismo
digno de infanticidio.
Una dureza perdida
en libros e historias.

Viva la vida,
muera la muerte.
Rescartar al ser, perdido
entre el ocio y el pasado.
Que suene el llanto
del niño desamparado,
de la mujer angustiada,
del hombre oculto.
Que reviva el saber
entre excusas muerto.

El tiempo manso se desvanece.
Vuelve la carne al hueso,
la herida sin lamento.

Aquel más allá
que se quede allá.
Ahora toca
volver a sentir,
volver a vivir.
Matar al niño que juega
sin seriedad
con corbata y cubata
en la plaza de la debilidad.