domingo, 26 de agosto de 2012

La pasta de la imbecilidad

Las calles, vacías,
vestidas de diversión.
Los ojos, perdidos,
buscan por fin hallar
un sitio tranquilo
donde descansar.

No hay hombres
ni mujeres
sólo gilipollas
que no echan en falta
ni a Kafka
ni Kierkegaard.
Abrazados a su risa esteril,
a la felicidad del olvido.
Sus barbas
y  shorts
hablan por ellos
sin cesar.
Están hechos
de la misma pasta
que la imbecilidad.
Y mientras la calle
sigue amaneciendo
en cada amanecer,
brotando y corriendo
hasta atropellar
al bobo que anda pensando
que todo puede ser verdad.

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