La voz de bronce
del portador de la oz
y el martillo industrial,
del ser corrompido
y aburrido de su ser,
cometieron la ferocidad,
el acto deicida,
llegando a nuestros días
una sombra gigante.
Sin horizonte,
ni mar ni sol.
Arrojado al ahí
el ser que proyecta,
sin bóveda ni luces,
a un futuro incierto.
Muerte.
Desamparo.
Desolación.
El tiempo no se detiene
aunque la pudredumbre
invada las narices.
El asesino sabe más de amor
que todos los poetas:
tanto mata como ama.
Y los hijos de los deicidas,
que avergonzados de su acto
ocultaron sus manos,
hoy caminan por las calles
consacradas a los hombres
buscando por los mares:
mares sin agua,
ni horizonte
ni navíos.
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