domingo, 13 de noviembre de 2011

Deicidio

La voz de bronce
del portador de la oz
y el martillo industrial,

del ser corrompido
y aburrido de su ser,
cometieron la ferocidad,

el acto deicida,
llegando a nuestros días
una sombra gigante.

Sin horizonte,
ni mar ni sol.
Arrojado al ahí

el ser que proyecta,
sin bóveda ni luces,
a un futuro incierto.

Muerte.
Desamparo.
Desolación.

El tiempo no se detiene
aunque la pudredumbre
invada las narices.

El asesino sabe más de amor
que todos los poetas:
tanto mata como ama.

Y los hijos de los deicidas,
que avergonzados de su acto
ocultaron sus manos,

hoy caminan por las calles
consacradas a los hombres
buscando por los mares:

mares sin agua,
ni horizonte
ni navíos.

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